Juan Manuel Suárez Japón. Apenas se habían retirado las huellas de su Feria del Corpus cuando al aire tibio de las calles de La Puebla del Río retornó el pulso emocionado de la fiesta. El municipio, con el total respaldo de sus ciudadanos/as iba a dar cumplimiento al acuerdo adoptado por unanimidad de su pleno, el pasado 12 de septiembre de 2013, por virtud del cual se nombraba Hijo Predilecto al torero José Antonio Morante Camacho. Para tal ocasión se cuidó todo del modo que exigía el reto. Morante de La Puebla es hoy uno de los referentes de la tauromaquia española, es decir, universal y nada de cuanto con él se relaciona deja indiferente a la legión de quienes le admiramos. Y tuvo el ceremonial un sitio adecuado: la explanada que precede a la Casa Consistorial, símbolo de todos los cigarreros, un mantenedor docto en el saber de la cultura de las marismas, Antonio García Barbeíto, y un padrinazgo a la altura de la dimensión del homenajeado, el Nobel Mario Vargas Llosa. Nada faltó, porque estuvieron allí otros artistas que, en sectores distintos, han acompañado sus carreras con el nombre del pueblo que a todos había visto nacer.
Pocas veces un título de Hijo Predilecto estará más acorde con los méritos de quien lo recibe, ni será más justo. Cierto es que en el hábito de la tauromaquia, -como en el del flamenco, un arte con el que el toreo guarda tan estrechas concomitancias-, es muy frecuente que sus actores integren en su nombre artístico una referencia al ámbito del que proceden. En esa tradición se insertaba el joven-niño torero que empezaba a ser José Antonio, de quien se dice que daba lances a los coches que pasaban por su calle. Era hijo de un matrimonio formado por un “cigarrero” (nacido en La Puebla del Río) y una “coriana” (nacida en Coria del Río), como ha habido y hay tantos al socaire de la proximidad entre los dos pueblos. Pero el joven-niño torero fue desde el principio de sus pasos Morante de La Puebla, una opción a la que el tiempo fue fortaleciendo las razones, creando una indisoluble vinculación del toreo con su pueblo y del pueblo con su torero, que ahora se ha plasmado en este nombramiento y, especialmente, en el concorde sentimiento de alegría con el que se ha vivido entre sus paisanos.
Vargas Llosa ha defendido la tauromaquia y a quienes, como Morante, hacen de ella un reiterado acto de creación artística. El verbo del Nobel peruano ha trazado en el aire de La Puebla del Río verónicas de elogios que el torero, que ama la cultura y la valora, habrá alojado para siempre en su alma de artista. Y el torero ha reafirmado su amor por su tierra, por sus raíces, por el misterio hondo que nos hace sentirnos de un sitio y no de otro. Todo ello entre el fervor de los suyos. Mi enhorabuena al torero, mi enhorabuena a su pueblo y mi enhorabuena a quienes sentimos como propios los éxitos de este excepcional artista “cigarrero” a quien tanto admira este “coriano” que suscribe.