Patricia Rodríguez. Hagamos un ejercicio de reflexión. Imaginad la apertura de un informativo con el siguiente titular: “Un hombre madrileño e hindú apuñala a otro, andaluz y cristiano, por el impago de una deuda. Los enfrentamientos étnico-religiosos se suceden en Europa”. El primer sentimiento que nos provocaría a la mayoría es de malestar, cada uno podría sacar sus propias conclusiones sobre su intencionalidad.
Lo mismo ocurre con la información que se traslada desde diversos puntos de África subsahariana. No puedo valorar si se trata de ignorancia o manipulación, pero lo cierto es que se explican las causas de los conflictos desde el más puro reduccionismo.
Un ejemplo es el caso de los Peulh o Fulani, que son nombrados últimamente con bastante recurrencia cuando se habla de la situación en Nigeria o en RCA. Los Peulh son el pueblo tradicionalmente nómada, ganadero y mayoritariamente musulmán, que se extiende desde Mauritania a toda África del Oeste, pasando por Camerún y llegando hasta Sudán. Sin embargo, la desertificación, los conflictos y otros motivos han obligado a muchos a establecerse.
Siendo la trashumancia su forma de vida y dado que en las zonas por las que transita la principal fuente económica de las familias es la agricultura de subsistencia, los elementos de discordia suelen ser la tierra y el agua desde tiempos inmemoriales. Las divergencias entre la población sedentaria y los Peulh, en ocasiones, son resueltas a través de la justicia tradicional local. Pero no siempre es así, el problema se agrava con la quema de cosechas para obtener pasto o la muerte de alguna cabeza de ganado en venganza. Este es el detonante eventual de la ruptura de la buena coexistencia entre pastores y agricultores, y cuyo resultado es la aparición de sentimientos de rechazo, temor, e incluso xenofobia… que pueden degenerar en un verdadero conflicto. El problema no es la religión, es la lucha por los recursos, escasos en algunos lugares por donde transitan y se asientan.
Este breve análisis, a modo de ejemplo, sólo pretende cuestionar si existe un choque de civilizaciones tal y como preconizaba Huntington, o por el contrario se trata de una construcción occidental cada vez más imbricada en nuestra conciencia a través de los medios de comunicación.
Sólo desde un análisis real y leal de las causas de un conflicto es posible su prevención o resolución. Quizá es hora de dejar de hablar de un continente, religiones y etnias, para hablar de un punto geográfico específico, de hechos y de personas concretas, cuando la realidad así lo exija.
Únicamente existen algunos elementos comunes al hablar de África como continente: diversidad, belleza, acogida y misterio…