Carlos Fernández / @karlos686. “Esta es mi opinión hoy y en este momento de mi vida”. Paula Ortiz, un nombre que el panorama cinematográfico español no podrá olvidar. ¿Y por qué? La respuesta es bien simple: La novia, la adaptación de Bodas de sangre de Federico García Lorca.
Los que desde la adolescencia hemos leído a Lorca con los ojos como platos, con mucha admiración, estamos de enhorabuena, pues la tragedia, que en esta película es bien fiel al texto lorquiano, está llevada al cine de la forma más bella posible.
Paula Ortiz, una especie de Lorca reencarnado, dirige esta adaptación bella, sublime, hipnótica y magnética de Bodas de sangre. La composición de planos, la cálida fotografía de la boda, la fría de la noche y la luna, las canciones de Soledad Vélez, Vanesa Martín, Inma Cuesta… En general, la belleza, la delicadeza, lo tierno, lo sexual, lo salvaje, lo sangriento, los cristales del deseo que se hacen añicos… Lo que algunos verán como esteta, resulta ser un sensible viaje a la imaginación cinematográfica y a la articulación del alma humana.
Inma Cuesta, una actriz nacida para ser la novia; Paula Ortiz, una directora nacida para dar vida, mejor que nadie, a la obra de Lorca. Las tragedias de Lorca son de lo más visuales (seguramente habría sido un gran director de cine) y por fin alguien ha tenido el valor, porque es lo que hace falta para hacer la película como la ha hecho, de dotar a la película de una pasión y sensibilidad únicas.
Desde luego es la mejor española que veo en una sala de cine desde Magical girl y sobra decir que es una de las mejores películas que han visto mis ojos cinéfilos. Obligatoria para espectadores sensibles, amantes de Lorca y cinéfilos que echen de menos sentirse elevados en una sala de cine. La novia es más que una película, es una experiencia. No puede explicarse, hay que verla.