25 abril 2024

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Retrato de George Orwell.

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Retrato de George Orwell.
Retrato de George Orwell.

Francisco J. Martínez-López. La pasada semana fue el aniversario de la muerte del que firmaba sus escritos como George Orwell, aunque su nombre real era Eric Arthur Blair. Tengo muchos de sus libros pendientes, y no creo que termine por leerlos; no por desinterés en su obra, sino por la necesidad de diversificar mi tiempo entre otros escritores a los que debo aún, al menos, igual tiempo que he dedicado a Orwell.

Mostrar una síntesis aproximada que haga justicia con la vida, no larga, pero intensa y viajera, rica en experiencias, de Orwell en el espacio de esta columna es una vana aspiración; para ello, recomiendo al lector interesado que busque información sobre su biografía; en la entrada en Wikipedia (versión en inglés) del escritor, por ejemplo, se puede encontrar amplia información sobre su vida y obra; con ella he nutrido parte de este artículo. Sólo persigo esbozar algunos apuntes incompletos de su vida que sirvan como recuerdo de su figura, con la excusa de esta fecha.

Su viaje vital fue fascinante. Nació en la India colonial británica. Al poco, su familia se trasladó a Inglaterra, donde Orwell se crió. Ya de adulto, salió con frecuencia de su país para pasar estancias largas en otros lugares; esto le permitió interactuar con otras culturas, lo que contribuyó a ampliar su visión del mundo y del ser humano. Comenzó en Birmania, uno de los periodos clave de su vida, durante los primeros años 20 del siglo pasado, uniéndose a la policía del imperio británico en la zona. Allí estuvo varios años. Dedicó gran parte de su tiempo libre a la lectura y a conocer al nativo birmano; aprender su lengua le permitió mantener conversaciones fluidas. Puede que fuera aquí donde empezara a desarrollar esa relación entre el poder y la población sometida que luego trasladó a su obra; su tiempo allí le llevó a solidarizarse más con la posición de los locales y, por tanto, a ser crítico con el poder opresor.

En 1927, tras unos seis años en la colonia británica, volvió a su país con el propósito de dedicarse a la escritura. Se establece en Londres, y allí reside un año –residió en Portobello Road, en Notting Hill–, hasta su traslado a París, donde vivió pocos años; allí se dedicó al inicio serio de su proyecto literario; también hizo sus primeras incursiones en el ensayo periodístico. Luego volvió a Inglaterra.

Por su conexión con España, pero también por la trascendencia que tuvo en su vida, quiero mencionar el tiempo que Orwell pasó en Cataluña, concretamente en Barcelona, a donde decidió marchar durante la Guerra Civil española por una cuestión de compromiso moral, de lucha contra el fascismo. Orwell, de camino a España, pasó por París para visitar a algunos amigos, entre los que se encontraba mi admirado escritor estadounidense Henri Miller. Parece que Miller le dio a entender que su propósito de apoyar sobre el terreno a los republicanos españoles no era de estar muy en sus cabales, seguramente por los peligros que eso pudiera suponer para su vida. Pero Orwell lo hizo, y su presencia caló en la población barcelonesa. Prueba de ello es una plaza emblemática de la ciudad, en el barrio Gótico, que lleva su nombre; aunque creo recordar, por cierto, que entre la población, al menos entre la más joven, se la conoce como la “Plaza del tripi.” ¿Por qué? La explicación verosímil que mi mente intentó dar a la razón de tal denominación en su día, cuando viví allí, tenía una relación directa con el ácido lisérgico, pero no fui capaz de concretar ninguna finalmente. Pregunté a varios conocidos, y cada uno me daba una versión distinta, aunque todas relacionadas con la droga, claro. Parece que el origen más probable del nombre se debe a una escultura que hay en la plaza, y en su elemento central colgante en forma de píldora.

Orwell fue un escritor crítico y visionario, comprometido con su tiempo. Utilizó tanto su producción literaria como sus ensayos, con artículos memorables en periódicos y revistas, para reflexionar sobre las amenazas de regímenes políticos, como el comunismo de la URSS o los movimientos fascistas europeos, sobre la libertad y la justicia social e individual. Su discurso crítico podía presentarse de forma alegórica, utilizando un contexto imaginario, con una fabulación de nombres, lugares y personajes, como hace en su novela 1984 (1949); me pregunto si la juventud de este país, después de más de una década de emisión de Gran Hermano, programa acaparador de audiencia con laxa inquietud intelectual, sabrá que este nombre sale de un personaje de su novela. Pero también de manera explícita. Su ensayo The prevention of literature (1946), disponible en la Web, y cuya lectura recomiendo, es un ejemplo notable. Aquí, Orwell reflexiona sobre los peligros que una ortodoxia de pensamiento prevalente en una sociedad puede tener sobre la libertad de expresión de los escritores; en el desarrollo de sus argumentos, utiliza regímenes con ideales opuestos, como el nazismo alemán o el comunismo soviético, pero coincidentes en la represión de la individualidad y libertad de pensamiento y expresión.

Es curioso el razonamiento que sigue para concluir que las mayores víctimas de las sociedades totalitarias son los escritores de prosa, sobre todo los que escriben no ficción, como son los periodistas y ensayistas, aunque también los de novela de ficción. En cambio, salvaba a los poetas, precisamente por las características de su obra; decía que la poesía giraba en torno a ideas más simples, de menor impacto social, y, por tanto, menos amenazantes para el poder, o se centraba en temáticas ajenas a la crítica social; esto permitía, según se desprende de su texto, que el poeta tuviera menos problemas para crear de acuerdo con sus creencias y mantenerse activo sin sentir que traicionaba sus principios; le preocupaba, por ello, el futuro de la prosa en las sociedades totalitarias. Creo interesante incluir algunas de las citas destacadas de este ensayo, para que el lector pueda leer la literalidad de sus aforismos:

“El periodista no es libre, y es consciente de su falta de libertad, cuando es forzado a escribir mentiras o a suprimir lo que para él son noticias importantes; el escritor imaginativo no es libre cuando tiene que falsificar sus sentimientos subjetivos, que desde su punto de vista son hechos”

“Libertad intelectual implica libertad para informar lo que uno ha visto, escuchado, y sentido, y no estar obligado a inventarse hechos ni sentimientos ficticios”.

Por coherencia con el principio de la libertad para la sociedad y el individuo, común en sus escritos y que impregna las citas anteriores, Orwell se mostró muy crítico con la Unión Soviética. Cuestionó la verosimilitud del fin último defendido por el Partido Comunista: la pura libertad del individuo en una sociedad sin clases. Fue crítico también con la prensa y algunos periodistas, de países diversos, pero sobre todo los de su país, los británicos, que por ese tiempo optaron, en el menor de los casos, porque también los hubo que las justificaron, por no informar de decisiones y medidas tomadas por el régimen soviético en contra de la voluntad de sus ciudadanos.

Pero la oposición de Orwell al comunismo no fue por ideología conservadora, pues se declaraba abiertamente socialista –fue miembro del Partido Laborista Independiente británico y promovió una Europa federal socialista–, sino por la falta de coherencia del comunismo soviético con los principios socialistas. Según John Newsinger, uno de sus biógrafos, a diferencia de otros socialistas, que identificaron comunismo con socialismo y, en consecuencia, sintieron la necesidad de abandonar esta ideología tras conocer las atrocidades cometidas por el régimen estalinista, Orwell fue capaz de distinguir entre ambos movimientos; por esto, se mantuvo socialista, pero crítico con el comunismo.

George Orwell murió a los 46 años de tuberculosis en un hospital londinense, pocos meses después de haberse casado, ya enfermo, en el mismo hospital. Como otros grandes escritores, la fatalidad no quiso darle más tiempo para desarrollar su arte, pero vivió lo suficiente para dejar, no sólo un legado literario trascendente, sino también su testimonio firme de compromiso con la libertad y el oprimido. Que cunda el ejemplo de la motivación de su escritura, se materialice de una forma literaria o de otra; también, ¿por qué no?, en verso.

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