Ana Amador. El protagonista de una de las mayores proezas médicas de todos los tiempos fue Francisco Javier Balmis, un médico alicantino que dedicó toda su vida a luchar contra la viruela, una enfermedad infecciosa que mató a más de 300 millones de personas hasta que finalmente fue erradicada en 1979. Su valerosa hazaña no solo supuso una de las aventuras más altruistas de la Historia, sino también el último gran viaje español antes de la fatídica batalla de Trafalgar en 1805.
En la actualidad hablar de la viruela es hacer referencia a una enfermedad fantasma y eso fue posible gracias a uno de los grandes logros de la medicina, la vacunación. El artífice de esta aportación fue el médico rural inglés Edward Jenner en 1796, quien observó que las personas que ordeñaban vacas contagiadas con una enfermedad de este animal llamada vacuna no padecían la viruela. El doctor británico descubrió que esa enfermedad animal en los humanos producía vesículas purulentas similares a las del mortífero virus, pero con resultados benignos.
El doctor Francisco Javier Balmis fue uno de los hombres que con más tesón luchó contra esta cruel enfermedad. Durante una estancia en México, el sanitario español conoció de primera mano los estragos ocasionados por la viruela y, tras el descubrimiento Jenner, pensó que sería posible combatirla a nivel mundial. Por ese motivo se propuso convencer a Carlos IV para que financiase una expedición de vacunación en las colonias americanas.
En un principio, parte del colectivo médico, la Iglesia y el tesorero real se opusieron al viaje, pero Balmis fue mucho más persuasivo. Valiéndose de su aplastante argumentación consiguió demostrar al monarca que si no sufragaba los gastos de la expedición, la viruela aniquilaría a casi todos sus súbditos de las colonias y eso supondría para España perder gran parte de su poder político y económico. Finalmente el rey, que también había visto morir a su hija la infanta María Luisa por culpa del terrible mal, dio órdenes de llevar a cabo la proeza transoceánica.
A pesar de contar con los medios para embarcarse en tal aventura, Balmis se encontró con un inconveniente aún mayor, el problema de transportar hasta América y Asia la vacuna. Es conveniente recordar que en aquella época resultaba imposible mantener la cadena de frío necesaria para su mantenimiento en perfectas condiciones. Sin embargo, gracias a su gran ingenio elaboró un plan efectivo, aunque éticamente cuestionable. Su idea consistió en embarcar a 22 niños huérfanos a quienes inoculó en el brazo la vacuna.
Al inicio del viaje inyectó la cura en dos niños, utilizó las secreciones de sus pústulas para inocular a otros dos y así sucesivamente. En cada lugar donde se hacía escala los niños eran acogidos por familias y se embarcaba a más huérfanos para poder completar una gran carrera de relevos que le permitió garantizar la transmisión de la vacuna.
La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, compuesta por un equipo de diez sanitarios y 22 niños, partió rumbo a México en la corbeta María Pita el 30 de noviembre de 1803 desde el puerto de La Coruña.
El navío hizo escala en las Islas Canarias y desde allí avanzó por el Atlántico hasta llegar a las costas de Puerto Rico, Cuba y Venezuela. En esta última colonia el grupo inicial se dividió con el objetivo de abarcar más territorios. Una parte, entre cuyos miembros se encontraba Balmis, se dirigió por mar hacia Yucatán y Nueva España, mientras que el otro grupo avanzó por tierra y rutas fluviales hacia Colombia, posteriormente cruzó la cordillera de los Andes para llegar a Perú y finalmente avanzó por Argentina hasta Tierra del Fuego, en el extremo sur del continente americano.
Cuando el grupo encabezado por Balmis llegó a Yucatán volvió a dividirse. Una pequeña parte se dirigió hacia Villahermosa (en actual estado mexicano de Tabasco) y continuó por Chiapas y Guatemala. El otro grupo, que era más numeroso, prosiguió por Veracruz, Puebla, Ciudad de México, Querétaro, Guanajuato, León, Aguascalientes, Zacatecas, Durango, Chihuahua y alcanzó la actual ciudad de Monterey (California). Desde allí continuó su cometido recorriendo la costa del Pacífico, hasta alcanzar Sonora y finalmente Guadalajara en agosto de 1804.
Cuando la difusión de la vacuna se asentó por los territorios americanos españoles y los médicos locales aprendieron cómo transmitirla, Balmis decidió partir hacia Asia. En 1805 tomó el famoso Galeón de Manila o Nao de China rumbo a Filipinas y una vez allí prosiguió hasta las ciudades chinas de Macao y Cantón.
Durante los tres años que duró la expedición este proyecto filantrópico salvó la vida a millones de niños, una gesta que no sería repetida hasta que en el siglo XX la Organización Mundial de la Salud dirigió una gran campaña internacional para erradicar la enfermedad.
Esta hazaña también convirtió a Francisco Javier Balmis en uno de los médicos más importantes e influyentes de su época. Tal fue su proeza que incluso Jenner dijo: “No puedo imaginar que en los anales de la Historia se proporcione un ejemplo de filantropía más noble y más amplio que éste”.